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Tomar decisiones: el arte de avanzar sin certezas

  • Foto del escritor: Alexa Perez Salazar
    Alexa Perez Salazar
  • 9 oct
  • 2 Min. de lectura

Tomar decisiones debería ser un acto cotidiano y natural: elegimos qué ropa usar, qué desayunar, qué ruta tomar para llegar a algún lugar. Sin embargo, cuando se trata de decisiones que impactan nuestra vida: cambiar de trabajo, iniciar o terminar una relación, mudarnos, estudiar algo nuevo. El simple acto de elegir se convierte en una batalla interna. No decidimos… evaluamos, calculamos, posponemos, y muchas veces, nos quedamos paralizados. Nos aterra tomar la decisión “incorrecta”. Nos aterra arrepentirnos.


Vivimos con la idea de que existe una opción perfecta, un camino libre de obstáculos que garantice que elegimos “bien”. Pero en realidad, eso no existe. No hay decisiones perfectas, solo decisiones con distintos tipos de consecuencias. Y lo curioso es que, cuando al fin elegimos y enfrentamos las primeras dificultades, nuestra mente empieza a sabotearnos: “¿Ves? Te equivocaste. Si hubieras elegido la otra opción, todo sería más fácil”. Pero ¿realmente sería así? ¿O solo idealizamos lo que no fue?


La otra decisión, esa que dejamos pasar, suele convertirse en una fantasía. En nuestra cabeza, el camino no elegido se transforma en un atajo a la felicidad. Lo adornamos, le quitamos los retos, lo convertimos en la versión mejorada de lo que estamos viviendo ahora. Pero la verdad es que no existe decisión sin costo. Cambiar de carrera implica quizá empezar desde cero. Quedarte donde estás implica quizá renunciar a tu curiosidad o crecimiento. Terminar una relación puede doler. Quedarte en ella también puede doler. No existe una opción libre de incomodidad.


Por eso, más que preguntarnos “¿cuál es la mejor decisión?”, podríamos empezar a preguntarnos: “¿cuál es el costo que estoy dispuesto a pagar?” Porque toda elección implica renunciar a algo, invertir energía, enfrentar miedos o sostener la incertidumbre. No se trata de encontrar la decisión correcta, sino la que tiene sentido para mí en este momento, con la información que tengo hoy, con los valores que me importan hoy.


Y sí, es posible que en el camino experimentemos resultados inesperados o incluso decepciones. Pero equivocarnos no significa haber fallado; significa haber actuado. Podemos ajustar, corregir, cambiar nuevamente de dirección si es necesario. Lo que realmente nos roba la paz no suele ser una mala decisión… sino vivir atrapados en el “¿y si?”, en ese limbo entre lo que deseamos y lo que tememos.


Así que quizá deberíamos ver el proceso de decidir como un ejercicio de valentía y honestidad. No como un examen donde solo hay una respuesta válida. Elegir es comprometernos con una dirección, no con una garantía. Es confiar en que, pase lo que pase, tendremos los recursos para enfrentarlo. Y si no los tenemos aún, podemos construirlos en el camino.


Entonces, en lugar de buscar la decisión perfecta, busca la que te permita dormir en paz con lo que eres hoy. No la que te aleje del error, sino la que te acerque a lo que valoras. Porque el verdadero arrepentimiento no suele venir de elegir mal… sino de nunca habernos atrevido a elegir.


Psic. Paulina Mariscal

 
 
 

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