Quedar bien: tu premio y tu condena
- centroencara
- 20 abr
- 2 Min. de lectura
La persecución de la aprobación tiene un costo que pocas veces vemos o tomamos en cuenta y que sólo se hace evidente hasta que es demasiado tarde.
En un primer inicio el sobreesfuerzo nos parece poco y hasta razonable con tal de conseguir el aplauso, la aceptación, incluso el reconocimiento. Que se pueden ver en forma de que te acepten una cotización de un proyecto, o que te elijan para ser compañero de equipo de trabajo, incluso como ser recordado como el "buena onda" que no te deja abajo cueste lo que cueste.
Por quedar bien terminamos aceptando labores que exceden nuestra competencia, responsabilidad o incluso habilidad.
Por miedo a decir que no, terminamos cargando peso extra, haciendo de más.
Por miedo a defraudar terminamos cediendo, aceptando a regañadientes.
Y quedar bien se siente como el premio, rodeado de aprecio se disfraza la condena que trae consigo.
La condena es que de ahora en adelante, será uno recordado por lo que hicimos, indiferente al costo que tuvo conseguirlo.
Es como cuando un cliente al que accedimos bajarle el precio te recomienda con otros amigos que te buscan por ese mismo precio o hasta intentan conseguir otro descuento.
Es como el compañero de trabajo que sabe que sólo tiene que insistir un poco para que termines haciendo su chamba o cubriendo su turno, pero que casualmente cuando le toca devolverte el favor está imposibilitado.
O como cuando un familiar sabe que te puede pedir prestado dinero, otra vez, incluso si el pago anterior quedó pendiente. Porque eres el buena onda que lo apoya en su dificultad. Por enésima ocasión.
Esa condena se queda como un lastre que no te deja avanzar, porque cuando tú energía, esfuerzo, tiempo y demás recursos se van sin filtro para otros poco queda para ti.
Todavía después parece imposible pedir reciprocidad, y cuando al fin te atreves para los otros les es fácil decirte que no. Cómo si no les pesará ni un poquito el defraudarte.
¿Pero sabes? En realidad no están mal por hacerlo, por más que cueste tragar está amarga verdad, no están mal en decir que No si no pueden, si no les conviene, si no les interesa, si no les apetece.
Pero creemos que sí porque sentimos que nos lo deben, como si por cada ocasión en la que uno accedió se echara a la bolsa un favor pendiente de la otra persona.
Bueno fuera. Pero los favores se regalan y por ende no se cobran.
OBVIO se aprecia quien los regresa y quién los agradece. Pero no te los deben y por eso valen más de quién te los da porque le nace.
Es ABSURDO pensar que por sacrificarse a sí mismo los otros estarán dispuestos a hacerlo por ti.
Comentarios