No todo lo roto necesita arreglarse de inmediato
- Alexa Perez Salazar
- 10 nov
- 2 Min. de lectura
Vivimos en una cultura que nos empuja a “resolver”, a “superar” y a “seguir adelante” lo más rápido posible. Se nos enseña que el dolor es algo que debe corregirse, que la tristeza es una señal de debilidad y que toda herida emocional necesita un remedio inmediato. Pero lo cierto es que no todo lo roto necesita arreglarse enseguida.
A veces, las rupturas, ya sean de pareja, de amistad o de expectativas, dejan grietas que necesitan ser habitadas antes que reparadas. Esas grietas son el espacio donde el dolor se asienta, pero también donde la conciencia comienza a despertar. Querer cerrar una herida demasiado pronto puede hacer que ignoremos lo que realmente necesita ser comprendido.
Desde la psicología, entendemos que la sanación emocional es un proceso no lineal. Nuestro sistema nervioso necesita tiempo para asimilar los cambios, para procesar las pérdidas y reorganizar lo que somos después de ellas. Forzar la “recuperación” puede convertirse en una forma de evasión: aparentamos estar bien, pero por dentro seguimos sosteniendo el peso de lo no resuelto.
Hay heridas que no se curan con acción inmediata, sino con presencia, silencio y autocompasión. Aprender a quedarnos un momento en el dolor —sin dramatizarlo, pero sin huir— nos permite conocer partes de nosotros que antes estaban ocultas. No se trata de quedarnos atrapados en el sufrimiento, sino de respetar el ritmo con el que el alma se reacomoda.
No siempre necesitamos “pasar página” tan rápido. A veces lo más sanador es no hacer nada todavía, más que observar con honestidad lo que se rompió y lo que aún duele. Con el tiempo, lo roto puede transformarse en algo distinto: no igual que antes, pero más auténtico, más consciente, más nuestro.
Darte tiempo no es rendirte, es honrarte. Es entender que la prisa rara vez sana y que el amor propio también se expresa en la paciencia con la que nos acompañamos mientras volvemos a ser.
Psic. Emma S. Urtiz
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