No todo el malestar merece desaparecer: aprender a hacer espacio para sentir

Vivimos en una época que nos vende bienestar instantáneo. Hay una app para dormir mejor, otra para calmar la ansiedad y hasta playlists para “sentirse feliz”. En este contexto, sentir malestar parece un error que hay que corregir de inmediato. Pero las emociones no son bugs del sistema: son mensajes del cuerpo que intentan comunicar algo. No siempre lo hacen con amabilidad, pero casi siempre tienen una función.

El malestar no es enemigo del bienestar. De hecho, la paradoja es que cuanto más intentamos suprimirlo, más se intensifica. Negar lo que sentimos es como intentar mantener una pelota bajo el agua: requiere esfuerzo y, cuando la fuerza se acaba, todo sale disparado. La aceptación emocional no es resignación, es dejar de pelear con lo inevitable para recuperar energía y dirigirla hacia lo que sí importa.

Desde enfoques como la Terapia de Aceptación y Compromiso, se propone observar las emociones en lugar de controlarlas. La ansiedad, la tristeza o el enojo no son enemigos, sino experiencias humanas que pueden acompañarnos mientras seguimos avanzando hacia lo que valoramos. 

No se trata de gustar del malestar, sino de aprender a dejarle espacio sin que tome el control del timón.

Aceptar no significa quedarse inmóvil. Significa moverse con conciencia, sin gastar fuerzas en empujar lo que no se puede cambiar. A veces el alivio llega cuando dejamos de correr detrás de él. En la práctica, esto puede implicar detenerte un momento antes de reaccionar, reconocer lo que sientes y preguntarte: “¿qué necesito en este momento que realmente me ayude a avanzar?”.

Las emociones difíciles no desaparecen por voluntad, pero sí pueden transformarse cuando dejamos de luchar contra ellas. Tal vez el dolor siga ahí, pero cambia la forma en que nos relacionamos con él. Sentir no es fallar; es estar vivo, y eso, en sí mismo, ya es un acto de coraje.

 El malestar no siempre es el enemigo, a veces solo quiere ser escuchado.

Psic. Cindy Navarrete