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La trampa de la procrastinación

  • Foto del escritor: Alexa Perez Salazar
    Alexa Perez Salazar
  • 13 oct
  • 2 Min. de lectura

Procrastinar es una de las conductas más comunes en la vida moderna. Todos, en algún momento, hemos pospuesto algo importante: una conversación pendiente, un proyecto que nos ilusiona, una decisión que sabemos que debemos tomar. A veces lo justificamos con frases como “no tengo tiempo”, “no me siento lista” o “después lo hago”. Pero detrás de esas palabras suele haber algo más profundo: el deseo de evitar el malestar que acompaña al hacer, o el miedo a no lograrlo.


Y es que la procrastinación no es flojera, es evitación. Evitamos sentir miedo al fracaso, vergüenza ante el error, frustración por no saber por dónde empezar, o incluso el vacío que puede generar enfrentarnos a lo desconocido. En el fondo, posponemos no la tarea, sino la emoción que esa tarea despierta en nosotros.


Desde la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), entendemos que esta evitación tiene un costo. Cuando evitamos sentir, también evitamos avanzar hacia lo que realmente valoramos. ACT nos recuerda que la vida plena no se construye desde la ausencia de malestar, sino desde la disposición a experimentarlo con amabilidad y propósito.

Porque crecer, crear o cambiar, inevitablemente, duele un poco. Pero ese dolor es señal de movimiento, de estar saliendo del terreno conocido hacia algo que importa.


Procrastinar nos da una sensación temporal de alivio, pero a largo plazo nos desconecta de lo significativo. Nos quedamos atrapados en un ciclo donde la calma que sentimos al evitar se convierte en culpa, y la culpa nos lleva de nuevo a evitar. Sin darnos cuenta, esa evitación sostenida va apagando el brillo de nuestras metas y mermando nuestro bienestar.


Vivir con sentido implica estar dispuestos a sentir lo que venga con ello: el miedo, la incomodidad, la incertidumbre. Cuando dejamos de luchar contra esas emociones y aprendemos a darles espacio, podemos actuar desde lo que valoramos, no desde lo que tememos.

Y en ese acto —pequeño pero valiente— comienza la verdadera libertad: la de vivir una vida elegida, no evitada.


La próxima vez que sientas ganas de postergar algo importante, detente un momento y pregúntate: ¿qué emoción estoy evitando sentir?

Tal vez ahí, justo en ese punto de incomodidad, se encuentre el camino hacia aquello que más deseas construir.


Psic. Emma S. Urtiz


 
 
 

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