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El silencio que duele.

  • Foto del escritor: Alexa Perez Salazar
    Alexa Perez Salazar
  • 10 nov
  • 2 Min. de lectura

Hay silencios que alivian, pero también hay silencios que duelen.

A veces callamos no porque no tengamos nada que decir, sino porque tenemos miedo de lo que podría pasar si hablamos. Callamos para no incomodar, para no parecer “demasiado sensibles”, para no provocar una discusión o quizá por miedo a “perder” a alguien.


Sin darnos cuenta, comenzamos a reprimir nuestras emociones y necesidades, esperando que el otro “entienda” sin que tengamos que decirlo. Pero cuando el silencio se vuelve costumbre, algo dentro de nosotros empieza a apagarse y eso repercute en nuestros vínculos. Lo que no se expresa se acumula, y lo que se acumula termina por transformarse en distancia, resentimiento o ansiedad.


Desde la psicología, este patrón suele estar vinculado con el miedo al rechazo o al abandono, emociones que se gestan muchas veces en experiencias tempranas donde expresar lo que sentíamos no fue seguro o validado. Así, aprendemos que para conservar el vínculo, había que adaptarse, ceder o callar. Pero con el tiempo, ese mismo mecanismo que una vez nos protegió, se convierte en una fuente de sufrimiento.


Comunicar lo que sentimos no garantiza que el otro lo reciba como esperamos, pero guardar silencio siempre tiene un costo: nos aleja de nuestra autenticidad. Hablar con asertividad (desde la calma, sin atacar ni justificarnos) es una forma de cuidarnos, de honrar lo que sentimos y de permitir que las relaciones sean profundas y verdaderas.


El reto está en comprender que expresar no es perder, es hacerte visible, es atenderte y escucharte. 

No necesitas gritar para ser escuchado; basta con hablar desde la honestidad, con respeto y con el deseo genuino de construir y cuidar.


Tal vez no todos los vínculos soporten esa verdad, y eso también duele. Pero más doloroso aún es vivir en vínculos donde hay presencia física, pero ausencia emocional.


El silencio puede parecer una forma de proteger la relación, pero a largo plazo, es lo que más la desgasta.

Hablar no siempre es fácil, pero es el primer paso para volver a conectar con el otro, y sobre todo, contigo.


Psic. Emma S. Urtiz.


 
 
 

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