El mito del “cierre”: cuando soltar depende de uno mismo
- Alexa Perez Salazar
- 9 oct
- 2 Min. de lectura
A menudo escuchamos la idea de que para poder sanar después de una ruptura necesitamos tener un “cierre”. Se habla de la necesidad de una última conversación, de respuestas definitivas, de una explicación que justifique el final. Sin embargo, esta creencia puede convertirse en una trampa emocional ya que es irreal esperar que la otra persona nos dé lo que no pudo o no quiso darnos durante el vínculo en una sola conversación final.
Cuando un vínculo termina, lo que queda son los hechos: las acciones, los gestos, las ausencias, las palabras dichas y las que nunca llegaron. Ahí está la historia completa, ahí están las respuestas que tanto nos esforzamos en encontrar para poder darle “sentido” a la ruptura, pues pretender que una conversación posterior cambiará la narrativa realmente es solo una forma de aferrarnos, de evitar la aceptación. En cambio, si miramos con honestidad lo que esa persona fue capaz de dar y lo que dejó de dar, encontraremos en ello el “sentido” que tanto buscamos para ese cierre que necesitamos. No hace falta pedir más, la relación ya habló por sí misma.
Forzar un encuentro con la esperanza de obtener paz puede convertirse más allá de algo beneficioso, en un obstáculo, ya que nos mantiene atados, postergando el proceso de duelo y evitando que miremos hacia adelante. El cierre no es algo que el otro pueda regalarnos; es un acto personal, una decisión íntima de aceptar lo vivido tal cual fue. Soltar no es olvidar ni negar, sino reconocer lo que pasó y permitirnos seguir sin esperar explicaciones que probablemente nunca llegarán.
Así que el verdadero cierre ocurre en el momento en que dejamos de buscar respuestas afuera y empezamos a encontrarlas dentro de nosotros mismos, está en comprender que merecemos avanzar, aunque no todo haya quedado dicho, está en elegir darle sentido a lo que aprendimos y en dirigir nuestra energía hacia el presente y el futuro. Porque a fin de cuentas, lo que nos libera no es lo que el otro diga, sino lo que nosotros decidimos hacer con lo que ya fue.
Aceptar que no necesitamos una última palabra del otro abre un espacio de libertad. Esa energía que antes estaba enfocada en insistir o esperar puede transformarse en impulso para reconstruirnos. Ahí es donde el duelo se convierte en crecimiento: cuando dejamos de poner el poder de nuestro bienestar en manos ajenas y lo asumimos como una responsabilidad propia.
Por eso, más que buscar un cierre en alguien más, la invitación es a reenfocar ese tiempo y esa energía en ti. En descubrir qué cosas habías pospuesto, qué nuevas metas quieres perseguir y cómo puedes cuidarte mejor en esta etapa, porque el verdadero cierre se encuentra cuando decides convertir lo que dolió en una oportunidad para elegirte a ti mismo.
Psic. Paulina Mariscal
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