Culpa y responsabilidad: dos formas de relacionarnos con nuestros errores
- Alexa Perez Salazar
- 6 nov
- 2 Min. de lectura
Sentir culpa es algo que todos conocemos. Aparece cuando creemos haber hecho algo mal o cuando pensamos que lastimamos a alguien. Pero, aunque la culpa puede servir como una señal de reflexión, muchas veces se convierte en una carga que nos paraliza. En cambio, la responsabilidad nos invita a mirar hacia adelante: a reconocer lo que pasó, reparar si es posible, y actuar de forma diferente.
La diferencia entre ambas puede parecer sutil, pero es fundamental. La culpa suele centrarse en el “yo”: “Soy una mala persona por haber hecho esto.” La responsabilidad, en cambio, se enfoca en la acción: “Hice algo que tuvo consecuencias, y puedo hacer algo al respecto.” La primera encierra, la segunda abre. Una nos deja atrapados en el error; la otra nos permite transformarlo.
Quedarse en la culpa prolongada puede alimentar sentimientos de vergüenza, autocrítica y autoexigencia, generando malestar emocional. La responsabilidad, por su parte, implica aceptación: reconocer lo que ocurrió sin necesidad de juzgarnos, y usar esa comprensión como punto de partida para crecer.
Practicar esta diferencia en la vida cotidiana puede cambiar profundamente nuestra manera de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. Por ejemplo, en lugar de decir “No puedo creer que haya fallado otra vez”, podríamos decir “Esta vez no salió como esperaba, ¿qué puedo hacer distinto?”. Ese pequeño cambio de lenguaje transforma la culpa en aprendizaje.
Asumir responsabilidad no es negar la emoción, sino hacer espacio para ella sin dejar que nos defina. Es reconocer que todos erramos, pero también que todos tenemos la capacidad de reparar, pedir perdón y seguir construyendo.
La culpa nos pesa, la responsabilidad nos mueve. Y entre ambas, está el lugar donde realmente ocurre el cambio: en el acto de mirarnos con honestidad y elegir hacerlo mejor, sin necesidad de castigarnos.
Psic. Katya Margarita Ruiz Villalobos
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