Cuando todo se siente demasiado
- Alexa Perez Salazar
- 9 nov
- 2 Min. de lectura
Hay momentos en los que la vida se vuelve ruidosa y pesada. Todo parece demasiado: las exigencias, los trabajos, las conversaciones pendientes, los pensamientos que no paran, las emociones que se mezclan sin darnos respiro. En esos días, incluso lo cotidiano puede sentirse abrumador: responder un mensaje, tomar una decisión sencilla, o simplemente levantarse de la cama.
Cuando todo se siente demasiado, no es flojera ni debilidad. Es el cuerpo y la mente diciendo “ya no puedo más”. A nivel psicológico, esto suele estar relacionado con un estado de sobrecarga emocional. Ocurre cuando acumulamos tensión, preocupaciones o duelos no resueltos sin darnos el espacio para procesarlos. Nuestro sistema nervioso, diseñado para protegernos, permanece en alerta constante; y esa hiperactivación nos desconecta del descanso, del disfrute y, muchas veces, de nosotros mismos.
En este estado, podemos experimentar síntomas como irritabilidad, cansancio extremo, dificultad para concentrarnos o una sensación de vacío. Muchas personas se culpan por sentirse así, tratando de “echarle más ganas”, sin notar que esa misma exigencia alimenta el agotamiento. Lo que en realidad necesitamos no es más esfuerzo, sino pausa, compasión y regulación emocional.
Detenerse no es rendirse; es escuchar al cuerpo que pide calma. A veces, la sobrecarga viene de querer controlar lo que escapa de nuestras manos o de sostener más de lo que nos corresponde. Y en otras ocasiones, simplemente es el resultado de haber pasado demasiado tiempo en modo supervivencia.
El primer paso es reconocerlo sin juicio. Nombrar lo que sentimos —“estoy cansado”, “estoy saturado”, “necesito parar”— ya es una forma de cuidado. Luego, permitirnos pequeños espacios de respiración: una caminata sin prisa, un baño largo, una charla honesta, o el simple acto de no hacer nada por un rato. Son gestos sencillos, pero profundamente reparadores.
Recordemos que no todo tiene que resolverse hoy. La calma no siempre llega de inmediato, pero se cultiva cuando nos tratamos con amabilidad. A veces, sanar comienza con un simple acto de amor: descansar sin culpa.
Psic. Emma S. Urtiz
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